lunes, marzo 31

    Nones

    Fotografía: bonustraaack


       -Hace mucho tiempo que no salgo con una mujer.
       Ella me miró con rabioso desconcierto.
       -Está bien- intenté corregirme -con una mujer a quien no quiera meterle la mano bajo el pantalón.
       Su mirada ahora mordía la mía.
       -Bueno- me rendí -y con la que no haya estado encamado antes.
       Ya tranquila y mirando a la nada, me preguntó.
       -Y, ¿eso a qué vine al caso?
       -No sé qué haré mañana cuando salga con *******a.
       -Lo de siempre, ¿no?- mi rostro transmutó en una interrogación -Ya sabes, le invitarás un café que acabará siendo una cerveza, te embriagaras con ella, hasta que por fin, harta de esperarte, ella termine por besarte.
       -No es verdad, no siempre es así.
       -Es cierto,- arrojó el cigarrillo -la mayoría jamás te besan.
       En ocasiones olvido cuanto me conoce, también que alguna vez tuvimos algo.
       -Aunque hay veces- se levanto para mirar más lejos en el horizonte- en que solo tú te embriagas, pierdes coordinación, blasfemas y escupes sandeces, derramas las cerveza sobre tu acompañante y terminas tirado a la puerta de tu casa dando pena ajena.
       Es una bruja, ella misma se nombró así, y cuanta razón tuvo. Cuando menos era la bruja amiga mía más sincera que tenía.
       -Sí, esto lo mejor que puedes hacer por ella. Es más, deberías llegar borracho ese día.
       -Sí, una copa antes ayudaría contra mi nerviosismo.
       -Pero que sea un Vodka Tónic, porque, para que negarlo, me caes mejor como ebrio pendejo, que como sobrio imbécil.

    martes, marzo 25

    Mi colonia

       Esta semana santa me sorprendió la ferviente devoción de los colonos. Sin duda lucré con sus esperanzas, no con su fe, que si la tuvieran sería otro el cuento. Me llené los bolsillos con dinero sudoroso, trabajado, que los patrones pagaron a cuenta gotas a toda esta barriada. La Iglesia, por llevar más tiempo en este negocio, sin duda se llevó mejores ganancias. Aun así, fue piadosa: montó un espectáculo de cuatro pistas, con luz y sonido, para conmemorar aquel martirio tan mal comprendido por tantos (comenzando por Pedro). Tal parafernalia comenzó a inquietarme. Demasiado oropel, pésimas actuaciones, un mar de murmullos, una sola plegaria: ¡Dios, que nada nos falte!

       La colonia está empobreciendo, espeté con temor. Solo así me podía explicar todo aquello. Una serpiente helada se retorció en mi interior, augurio no solo de una mala digestión, sino de un terrible porvenir. Guardé mis ganancias ipso facto bajo un adoquín del patio.

       Tres días después sucedió.

       A las dos y media, pasada la media noche, Óscar arribó, no había notado que llegaba tan tarde. Aquel día, a esas horas, gritaba desde el zaguán, una y otra vez, y el nombre de su esposa. Al comienzo me asustó: ¡Paloma, paloma, paloma! Me levanté, y tras convencerme de la inexistencia de los espíritus, fui a abrirle la puerta. Pero ni los aparecidos me hubieran dejado tan perplejo como el nuevo rostro de Óscar. ¿Qué te pasó?, pregunta obvia. Me pidió un cigarrillo, luego en pocas palabras me contó que lo habían asaltado, apenas unas cuantas calles atrás. ¡Válgame dios! expresé (en abierta afrenta al creador), y él se encaminó al fondo del patio, dónde vivía en un cuartito con su mujer.

       Aseguraba de nuevo el zaguán cuando él volvió. Me dijo que mejor iba a levantar una denuncia ante el ministerio público, que no está lejos, antes que se cerraran la heridas. Traté de disuadirlo, fue inútil. Muy decidido salió. Acerqué una silla a la ventana y me puse a esperar su regreso. Los mosquitos me asediaron, querían mi sangre, hoy todos quieren la sangre de otros, de qué me sorprendo. Así siempre ha sido.

       Un par de horas después, desperté gracias a un cigarrillo que intentó incendiarme la entrepierna. Óscar no había regresado, imaginé lo estarían curando, salí a asegurar el zaguán, pronto amanecería. Mas, un sollozo, como venido de la letrina del infierno, atravesó el metal del portón llenándome de pánico. Abrí la pequeña puerta y asomé tímido la cabeza. Era Óscar, ese hombre alto, estúpido pero fornido, ahora con el rostro ensangrentado, quien estaba sentado en la banqueta lamentándose, abrazándose las piernas, enjugándose las lágrimas. Me senté junto a él.

       Me confesó que no pudo hacer nada, que habían sido seis, en un auto, trató de correr, de nada sirvió. Ni siquiera traía mucho dinero, ya menos algo más valioso que su vida. Le patearon la cara mientras uno lo esculcaba. Y para acabarla de chingar, los del ministerio no hicieron más que ponerle una sarta de trabazones, argumentaron desde la falta de papeleo hasta la carencia de un médico, quien posiblemente solo llegaría hasta las diez y media de la mañana. Harto, les mentó la madre y regresó, sin embargo, no se atrevió a despertar a su mujer con semejantes relatos de horror.

       ¿Qué podía decirle yo que tan imbécil soy, y más en un situación como esa? Lo abracé por los hombros. De súbito, dijo que me dejara de joterías, se levantó y se metió a la casa.


    Fotografía: shuck

    domingo, marzo 23

    Estas vacaciones

    Resurrección

    Tuve que chambear


    * * *


       19 ...María ni se preocupó. Aquellos borrachos eran de carrera larga. Un día prometieron acabar con todos los males embriagando al mundo entero. María no les creyó y mejor apostó con su hermana sobre cual de aquella docena de teporochines se moría primero de cirrosis.

       20 He aquí que al tercer día, en medio de la cruda más obtusa, se levantó de entre los demás. Él caminó entre los caídos, se cubrió los ojos lastimado por el sol. Y abrió la puerta, pesada como una roca, y escapó, nada dejaba atrás. Cuando Cristina llegó para limpiar el lugar, descubrió aterrorizada a los once agonizantes. Corrió con su abuela y le contó sobre tales espectros.

       21 Apenas había dado ciento cincuenta y tres pasos, los contaba minuciosamente, se sintió desvanecer, había sido abandonado a su destino. Y rodó, al mismo agujero insondable de siempre. Él lo sabía, por eso reía, por eso se carcajeaba -nada iba a cambiar en el fondo, no había nada- solo anhelaba oír su sonrisa llena de gracia e ironía...

    viernes, marzo 21

    Lost in Spanish


       Y bueno, he renunciado a la enseñanza del español (lengua por demás horrible), más bien, no, fui despedido, pues mi alumna regresó a su país natal. Pero aun quedan un par de anécdotas que anotar.

    Un día estaba enseñándole los números.


       -... y esos son tooodos los cardinales. Ahora los ordinales: primero, segundo, tercero... duodécimo... vigésimo... quincuagésimo noveno... centésimo... milésimo y ya, porque no me sé más.

       -¡Oh, mu' difícil!

       -No te preocupes, los ordinales casi nunca los usamos. Raras veces verás más allá del noveno.

       -For di president?

       -¿Ah?

       -For the president?

       -¡Ah! No, we don't count presidents! Only the first.

       -Mmm... ¿Benito Juárez?

       -No, he's not the first, the first is Guadalupe Victoria.

       -Mmm... ¡Oh! A woman!

       -¡Oh, no! He was only a strange guy with a strange name.


       Vaya, ¿qué tal que sí era mujer? Como La Manuela, o Mrs. Doubtfire, ¡o Mulán!




    Otro día, estaba mostrándole las partes de los animales.
    (Ji ji, “las partes”.)


       -... y ésta es la cabeza, y éstas son las patas, y éste el cuerpo, y ésta la cola.

       -¿Cola?

       -Sip, la cola.

       -Like Coca-Cola?

       -Ji ji ji, espero que no.

       -¿Aaah?

       -No.

    martes, marzo 18

    Greis me obligó a escribir esto.

    Desde: soypelopo82

    Intento #1


       El jueves pasado, por fin, luego de la enfermedad, la desidia y el vacío que experimentó por semanas mi bolsillo, tuve la oportunidad de ir al cine. ¿Qué iba a ver? Obvio: Sweeney Todd. El problema era que ya había pasado harto tiempo desde su estreno, y no resultó muy popular (creo). Me puse a buscar y descubrí que aun se proyectaba en el Real Cinema. Mientras esperaba en la fila, una chica detrás de mí dijo que allí todo podía suceder, sin duda sabía lo que decía. En primer lugar, había una parejita de novios secundarientos (que rima con calenturientos) sentados en la fila de atrás, quienes durante toda la película trataron de hacer no sé qué (aunque lo imagino con envidia) por lo que a cada rato golpeaban mi asiento, sacudiéndome hasta la ira. ¡Grr! No quise ni mentarles la madre, pues sepa dios que hubiese visto yo de haber volteado. Persignémonos.

       Por otro lado, al comienzo de la película, justo cuando uno conoce a Mrs. Lovett, escuché un ruido tenebroso (venido del más acá intestino -creí) una especie de flatulencia, que se repetía con cierto ritmo -¡Ah, caray, cuanta insistencia en pedorrearse!- pero nada, era un ronquido de esos que hacen temblar los cachetes (del rostro). Un señor, dos filas enfrente, estaba dormido -¡qué digo!, pero si parecía como si estuviera en plena misa dominical a las siete de la mañana después de haberse puesto una guarapeta el día anterior con una garrafita de Tonayan. De vez en cuando, despertaba, se limpiaba la saliva y volvía a colaborar con el soundtrack de la película.

       En tercer lugar... no, pues ya no hay más quejas. ¡Chaz!

       Sobre la película, si quieren una buena reseña vayan acá. Mejor aun, véanla ustedes mismos (¡órale, vayan con su corsario más cercano!).






    ...últimamente soy nefasto despotricando,
    miren como Greis sí depotrica honorablemente.

    miércoles, marzo 12

    El que nace pa' maleta...



       Realmente el tiempo es breve, y no quiero abrumarlos con azotes innecesarios o con pegajosa melaza. Hoy toca una simple anécdota.

       Por razones que no alcanzo a comprender (ni ahora de madrugada, ni de día), llevo una semana enseñando español a una mujer japonesa. Ha sido interesante, y hasta divertido: cada día hallo un nuevo encanto en el español, pese a todos sus defectos y exageraciones (¿¡dieciséis conjugaciones!? ¡A quién se le ocurre semejante cosa!).

       El otro día, al llegar a su casa, me ofreció un vaso de refresco, a lo cual respondí cordialmente: no, gracias.

    (Sé que no he sido el mejor instructor, que no comprendo ni un ápice de la cultura japonesa, que incluso llego tarde y me retiro temprano, que mi salario no es bien merecido, y que me quejo cada vez que hago una pausa, pero creí que... bueno.)



       Inmediatamente, ella corrió hasta la cocina, regresó con un vaso, sirvió refresco dentro y me lo dio. Me limité a decir simplemente: gracias y a meditar sobre mi temprano, y más que necesario, abandono de la docencia.


    Hurtado de: kazukichi

    domingo, marzo 9

    Atún

       -Primero debes aprender a pescar atunes, aunque con uno solo bastará. No será difícil, son realmente estúpidos, a diferencia de los delfines, pero de carne más sabrosa. Tras capturarlo, tendrás que desollarlo y desviscerarlo aun vivo, así es más fácil, las convulsiones del animal contribuyen al proceso. Luego, habrá que rebanarlo con sumo cuidado, apartando la carne de las espinas. Ya después podrás hervirlo, o freírlo, o como prefieras.

    -¡Diack! No pienso hacer todo eso para preparar un simple sándwich de atún.

    -Solo diré que no es digno de ti comprar una latita en la tienda de la esquina.

    -¿Cómo no? Aquí tengo una.

    -¡Ah, maravilloso! Usa tu lata, a fin de cuentas las atuneras ni pescan atunes, ni matan atunes, ni filetean atunes, ni los cocinan, ya menos los despedazan y los comprimen en diminutas latas dejándoles de atún solamente el mote.

    -¿Quieres que te prepare uno?

    -Por favor.

    lunes, marzo 3

    De días y dinero.

    Marzo
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    Imagen en: completosinmallo


       Cada mañana, se levantaba las siete en punto. Aborrecía levantarse tan temprano, pero luego de jubilarse decidió dar algunas clases particulares para aligerar el peso de las deudas que pendían sobre su cabeza. De joven, ni los alaridos de su madre, ni las travesuras de su hermana, ya menos el cantar del gallo, nada lo hacía levantar la cabeza de la almohada. Los años lo azotaron duramente, pero en el fondo era el mismo. [En el fondo somos nada.]

       Envuelto entre sus sábanas se consolaba a sí mismo: anda, sigue durmiendo, no escuches ese despertador, está tan calientito aquí. Pero otra vocecilla, más chillona, más jodona, comenzaba a inundar su cabeza con una sola palabra: dinero. No cesaba de repetírlo: dinero, dinero, dinero. ¡Claro, dinero! De un solo golpe, se levantaba de la cama y arrastraba sus pies hasta el baño.

       Siempre se le hacía tarde y terminaba andando a marchas forzadas para llegar lo antes posible. Se quejaba de su barriga, mañana seguro como menos pan, se decía. La criada siempre lo saludaba con ironía, usted siempre tan temprano, don Beto. En la mesa del comedor lo esperaba Fabiola con sus cuadernos maltratados y sus ojos verde-demonio.

       Tras treinta años de docencia, Alberto consiguió este trabajo con suma facilidad. Llegó muy entusiasmado el primer día: estudiarían las conjugaciones, los artículos y si daba tiempo leerían un pequeño cuento de Quiroga. Puras esperanza que se esfumaron al conocer a su desaliñada alumna. Fabiola hasta entonces había sido expulsada de tres escuelas y retirada -por decisión de sus padres- de otras seis, no era la estudiante idílica con la que soñaba Alberto. No le interesaba ni un poco la ortografía, ni la gramática, y, para colmo de su profesor, escupía (literal) sobre la literatura. Así, un día, se vio obligado a tirar los Cuentos de amor, de locura y de muerte, pues cada día una de sus páginas había sido bombardeada por Fabiola, fue demasiado para un libro tan modesto.

       Otra noche, atormentado por su incapacidad para instruir a la bestiecilla quinceañera, recordó su adolescencia, aun podía ver claramente el rostro de Guadalupe, su profesora de literatura Iberoamericana, quien presumía de haber formado la vocación literaria de la gran Angelina Mastroianni. Sí supiera en lo que ha caído ahora su alumna, le decía a los cielos. Fue entonces que una imagen se hizo transparente ante él: el peor maestro con el que había lidiado -ni siquiera recordaba su nombre, pero la imagen era inmejorable.

       Al siguiente día, sentado frente a Fabiola, tirada ya toda su didáctica por la borda, se limitó a dictar durante dos horas continuas todas y cada una de las reglas de acentuación extraídas de una gramática de hacía medio siglo. Ella, sin queja alguna, apuntaba cada una de las palabras, mal escritas, mal caligrafiadas, pero en absoluta quietud y silencio. Así pasaban los días de Alberto.

       Con el tiempo, algo, como una piedrita en el zapato, comenzó a herirle en lo más hondo. Él ya no era un maestro, era un autómata que por unos cuantos billetes dictaba como merolico hasta sosegar a la jovencita. Nada aprendían. Ella escribía porque sus padres pagaban, él dictaba por semejante razón.

       Al salir de aquella casa, caminaba hasta la panadería y compraba una rebanada de pay de queso. Mas hoy, camino a casa, entre mordisco y mordisco, pensaba que la siguiente semana tendría que comprar una nueva gramática, pues ya había terminado de dictar todas las que poseía.