viernes, octubre 31

    Hace diez años intenté dejar de fumar

    Los zapatistas son el camino


       Van ustedes a creer que La Máquina Insurrecta del Sur habla bien de mí, ¡Dios mío, a dónde va a parar este mundo! La verdá es que yo estaba requetenervioso, no sabía ni que decir, sonreía bobamente -más que siempre. Me parecía poco apropiado preguntarle sobre sus ligues: y le pregunté. Admito que no esperaba tal minuciocidad al contar los detalles exactos en que las... bueh... no hay por qué rememorarlo todo. Basta decir que me cayó tan bien como desde el primer día que leí su bló (muy bien, pues). Aunque creo que se molesto un poquillo cuando le robé su último cigarro, porque además no lo pedí amablemente: ¡Ey, tú, las máquinas no fuman, dame esa cosa o te arranco los circuitos!

       En fin...

       El viaje al Hoyín del Infierno fue insólito, así: insólito.

       [Todos, por favor, pongan cara de sopresa a las tres: ¡1, 2, 3! ¡Sorpresa!]

       Ahora, si me permiten -y aunque no- concluiré este posto. Mañana quizá amanesca, y quiza haya otro posto, de ser así, mañana seguiré con mi gusto por las esdrújulas, por los participios futuros, y por las muchas redundancias.

    martes, octubre 7

    Extraño

    Vía: the horror blog


       Él los engañó: no tenía ninguna historia entre dientes. Sin la más mínima consideración hacia ustedes: mintió. Así: clara y rotundamente (porque la falsedad es una elemento esférico, según los físicos) les sembró la semilla de lo imaginario en sus confiadas almas. (Claro que hubo quienes -e hicieron bien– ni caso le prestaron.)

       Más les valdrá no volver a fiarse de este sujetillo de tan mala cuna. Porque -y no es por infamarlo más de lo necesario– han de saber ustedes que apenas si éste había salido del vientre materno cuando ya andaba fingiendo –FINGIENDO- los alaridos que cualquier neonato da. Y no es por disculparlo, pero el pobre nació sin conocimiento alguno, a diferencia de todos los demás, su sesera se hallaba vacía, hueca como un coco (con agua dentro, obvio).

       De niño, durante el recreo, abría su lonchera y solo encontraba remedos de torta: bolillos -cuando tenía suerte– rellenos de azarosos ingredientes que su madre alcanzaba a pescar en la alacena, que mezclaba y sofreía dizque para sazonarlos bien y alimentarlo mejor. Sustancias realmente asquerosas -tanto como él mismo– eran las que tenía que almorzar. Sin embargo, el muy listo se tragaba todo de una manera tan suculenta, tan deliciosa, tan sabrosa, que todos -me incluyo entre ellos– lo envidiaban. Cualquiera hubiera matado por probar aquello, no importaba cuan mal se viera u oliera, la cara de él se desbordaba de placer a cada mordida. Jamás compartió un poco de aquello, siempre engullía hasta la última migaja, cosa que solo aumentaba las especulaciones sobre su madre: ¿será repostera, chefa, maga o qué? Nos preguntábamos.

       Su vida en conjunto no ha sido sino una sarta de mentiras, una colecta de plagios, una serie sin fin de imitaciones y burlas. No conoce el respeto, ni la verdad. Entre sus actos más graves no solo se cuenta el intento inverosímil de suplantar a Dios, sino también el vergonzoso caso de hacerse pasar por Lady D cuando andaba vestido de Queen Elizabeth II.

       Nada puede creerse de este gañán, hasta el semblante le es falso, es todo máscara y persuasión. Es puro cuento, no le escuchen, cierren los oídos en su presencia.

       Yo, en cambio, si tengo algo importante que contarles.

    sábado, octubre 4

    Me gané sesenta pesos

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    Fotografía hurtada a: aloquita


    Y me sentí especial. A últimas fechas mi vida se balancea entre la haraganería y la desidia. Hay días en los que nunca amanece. No es la tristeza lo que me invade, ¡dios quisiera fuera ella!, pues de hecho me encuentro rebosante de alegrías. Hace días traigo un cuento atorado entre las amígdalas, las cuales nunca han gozado de un buena salud, y a cada rato andan inchándose, poniéndose rojas y excretando pus a los cuatro vientos. El doctor me aconsejó asistir a una sesión de la Iglesia Ecuménica de los Paupérrimos en los Últimos Días. Sospecho ligeramente de las intenciones de mi médico. Lo conozco hace tiempo, cuando solíamos ir juntos y de la mano a comprar las botellitas de mezcal que nos embriagaron durante la juventud. Nos separamos la triste tarde en que nuestro vinatero nos advirtió los riesgos de seguir bebiendo aquel elixir: pueden acabar mal, perder la vista o empezar a delinquir, mejor beban algo más mejor. No le hice caso, por supuesto, solo quería que gastáramos más en botellas de vidrio, con etiquetas de oropel y nombres de renombre grabados sobre la tapa. Después de todo no me hallo tan mal, al vinatero debe retorcérsele el hígado cada vez que me ve paseando por la calle. Porque dígame usted si no le resulta del todo envidiable este estado de parcial putrefacción y abandono del que goza un desempleado nunca antes empleado.