jueves, enero 31

    ...como una lombriz

    ¿Tengo que decir algo más?



       No, no es retórica la pregunta.
       Ya saben que voy a hablar de más, como siempre en este bló.

       Me arrepiento un poco de haberla ficcionalizado, en verdad es más de lo que imaginé. Por un largo rato me quede callado mientras me hablaba de cine. Luego, como para disimular mi ignorancia, le tiré la cerveza encima. Es un pecado tirar el alcohol, lo sé, pero no hubo salida, mi cara de idiota se agudizaba cada vez que surgía de sus labios un dato interesantísimo. Me disculpé mil veces, intentando cambiar el tema de la conversación, pero ella insistía en que no tenía importancia, y que el cine esto, y estotro. No, en serio, lo siento, le repetía, ella amable sonreía, y continuaba. Era un callejón con una sola salida: me tire la cerveza encima. ¡Ay, soy todo un briago! Voy al sanitario a limpiarme, le dije y corrí. Al regreso, sus ojitos llenos de alegría, sus labios rebosantes de palabras que desconozco, me hicieron preguntar: ¿Ya no hay cigarros? ¡Uy, voy por más! Soy taaan amable y comedido.

       -Me da unos Marlboro, por favor.- ¡Pero qué haces!, me pregunté a mí mismo. ¡Aborreces los Marlboro! Lo sé, me respondí, pero a ella le gustan. ¡Y eso qué! A ella le gustan, insistí.

       -Son veinticinco pesos- de menos son más baratos me dije.

       A mi regreso me preguntó la hora. Me dijo que era más tarde de lo que pensaba, que el tiempo se le había ido volando. ¿Qué dicen, fue un halago? Y sí lo fue, ¿lo fue para ella o para mí? Cómo sea, mi corazoncito latió, leve y avergonzadamente, tras lo cual hubo un silencio lleno de tensión. Mi corazón late tan raras veces que la madre naturaleza se aterra cada vez que sucede, los pajaritos en sus nidos tiemblan y sus picos resuenan como castañuelas.

       La próxima semana nos tomamos un vodkita, me lo prometió.

    miércoles, enero 30

    El Germen de Mal Aguero.

    Fotografía: dimitridf


       Ya se lo conté, no tan bien como a ustedes, pero ella apenas si reaccionó, se limitó a abrir un poco más sus acaramelados ojos, y continuó comiendo. A las 6 de la tarde, justo cuando el sol anda rondando sobre el rinconcito de tierra en el que dormirá, si uno come ¿se considera cena temprana o comida tardía? La comida fue buena, bueno, no; la compañía era buena, bueno, tampoco; la atención era buena, bueno, más bien pésima. ¡Carajo, por más que me esfuerzo nada fue bueno! Y esto tampoco lo es. Así que mejor apretamos el paso (y solo el paso).

       Tras la comida, ella comenzó resolver el crucigrama del diario. Como detesto eso. Detesto aun más cuando despega por un segundo la mirada de la mesa para preguntarme qué pasa, y yo, más por pendejo que por amable, le digo que nada. En ese instante todas las moscas se burlan de mí, puedo oírlas, aunque se cubran la trompa con sus alas. Pero sobre todo detesto que un maldito germen de soya se incruste entre mis muelas so pretexto de salvar su vida. ¡Carajo, mi lengua no es tan persuasiva como creía! El germen se negó a salir.

       Cansado de luchar contra el germen del mal, me quede admirándola un rato, ella siempre tan diligente, tan afanada en resolver ese tipo de porquerías. Es tan linda, ¡pero basta!, basta de gastar alabanzas que jamás leerá. De pronto me estaba quedando dormido, con la mirada fija y la barbilla apoyada en una mano, cabeceaba como un gallo enfermo. Al regresar del sanitario me pidió que nos marcháramos, ya era algo tarde y estaba cansado de hacer sobremesa.

       Caminamos hasta el metrobús sin intercambiar siquiera un monosílabo, lo cual hubiera sido más agradable. Abordamos el transporte, había pocos asientos disponibles, así que nos separamos. Esto me dio oportunidad de dormitar con mayor cinismo.

    ¡Clap!



       El metrobús jaloneó, como si el conductor dudara de entre oprimir el freno o el acelerador. ¿Qué fue ese ruidito? De seguro le pegó a un carro, declaró un jovencito a mi lado. No, los autos suenan más crujientes. Y de pronto, por el radió de la unidad se escuchó que había sido una persona de la tercera edad, la cual se hallaba inconsciente pero aun viva, a la altura del Teatro Insurgentes, que la ambulancia ya iba en camino. Todos voltearon a verse entre sí, incluso ella me buscó. Luego hubo un leve suspiro y el metrobús se detuvo.

       Por supuesto no soy ningún patán, aunque tampoco un caballero (¡dios me salve!), así que me acerque a ella. ¿Para tranquilzarla? ¡Uy, sí! ¡Cómo tú le das tanta confianza! ¡Cómo si ella no fuera más fuerte que tú! ¡Qué yo! ¡Yo soy el cobardón! Eso fue, tenía miedo y busqué su refugio.

       Por fin llegó otro metrobus para rescatarnos, descendimos de el-culpable-atropella-viejitos y caminamos hasta el otro, pero a medio camino ella cruzó hacia la banqueta y me gritó:

       -¡Sabes qué, mejor tomo un taxi, nos vemos!

       El policía y yo, nos quedamos con cara de pendejos, aunque a él se le veía más natural. Abordé el metrobús salvador. Ahora, ya en casa, me doy cuenta que su reacción fue la mejor que pude haber esperado. Considerando que sus ojos, además de acaramelados, están tan desorbitados como la anatomía humana lo permite, entonces, su esfuerzo por abrirlos poquito más resulta completamente inaudito. ¡En serio le encantó mi relato! ¡De veritas lo nuestro es aun posible!

    ¡Qué importa un viejo muerto cuando un joven ama!



    ¡Ah, pero ese germen ahorita mismo se larga de mis premolares!

    martes, enero 29

    Destesto la Plancha del Zócalo

    Fotografía: ShutterCat7


       Por el contrario, adoro las calles y los callejones que pueblan el bien bonito Centro Histórico, maravilla de la falta de planificación, de la inocente mescolanza de estilos, y de los mexicanos a los cuales todo rinconcito que ven les parece buen lugar para un local comercial. Caminado entre tanta gente, entre tantas ganas de ser y tantos modos de creer lograrlo, uno se desvanece. No del todo, es cierto, siempre estamos para el mendigo que nos persigue maldiciendo nuestra tacañearía, o para el organillero que no mendiga, ¡claro!, tan solo cobra una módica moneda por conservar la tradición. Y así uno se muere de hambre, las tradiciones nos sobreviven y los organilleros embarnecen para cargar con mayor facilidad su organillo (sus "organillo").

       Como fuese, ahora les toca leer mi medio-métrico relato: Visita Guiada a el [Santa] Teresa. No, quiero decir: Un Paseo por el Centrico, o Las Visitadoras y Yo en el Centro. Bueno, el título es lo de menos, lo importante es que lo van a leer todo. Y no me pongan mala cara, desde aquí los veo fruncir el ceño. Yo bien que he leido todas sus historias, a cachos, y a marchas forzadas, pero todas. [¡Hasta los kilométricos postos de Gus!] Así que ahí les va, y no rezonguen:

       La verdad es que ya me dio pereza hacer un gran relato, resumiré. Fui al centrico, por trolebús; era tan silencioso el trolebús, bueno, lo fue hasta que un cantante se subió, pero cantó bien y hasta le cooperé (por mero gusto, no por presión social (porque la verdad ni cantó bien, pero sus canciones me llegaron)). Después, a buscar lo que fui a comprar, y, entre tanto, a mirar en los aparadores todos esos gadgets que no necesitamos, pero como morimos de ganas por tener. Y así por largo rato: ¡ah, que chido! ¡Yo quiero una de esas! ¿Por qué me sobran deseos y me falta el dinero, Señor? Dime por qué Virgencita de mi adoración, no fui hijo de Carlitos Slim. ¡Si hasta me parezco a él, con barriguita y todo!

       Tras las compras (que solo fue una, pero en singular no suena tan bien), decidí abordar el trolebús de regreso, aun cuando el metro estaba más próximo: el apacible trolebús me llamaba. Apenas si habíamos avanzado tres calles. Apenas si había notado que mi copasajera no estaba nada mal, además usaba lentes, cuando ¡chaz! (No, esperen, eso no es suficientemente descriptivo).

    ¡Chaz!
    (Esto se acerca más)



       El trole se paró en secó, así como las venidas en seco, y el vodka seco: ¡Auch! Todos nosotros, los inocentes pasajeros, siguiendo a pie juntillas la ley de la inercia fuimos arrojados: bien al piso, bien a los brazos del amable pasajero de enfrente, o, en el peor de los casos, contra el poco amable asiento de enfrente. Y luego, la conmoción.

       Creo que atropellamos a alguien. Se escucho un rumor, que al instante fue confirmado. La culpa la tuvo él, decían los pasajeros mientras señalaban hacia la calle. ¡No te vayas a escapar cabrón, nomás te bajas del trole y te parto la madre, puto!, gritaba desde afuera uno de los dolientes. ¿Cómo me voy a escapar, pendejo? repelaba el chofer. Que dejen de hacer tanto escándalo y llamen una ambulancia, susurró un señor a su señora, y su hija les aclaró que el chofer ya estaba llamando. ¡Que no lo ven con el celular en la oreja!

       Tras un poco de alboroto, nos dejaron descender del trolebús. No podemos retener a los pasajero, le explicaba un gendarme al chofer, ellos nada tienen que ver. De un instante a otro, caímos de la gloria del desastre a la infamia de la vida común. Había una chica que lloraba, y otra que temblaba y no soltaba la mano de su anciana madre. Yo encendí un cigarro, y caminé hacia el Metro.

       Que suerte la de éste, morir en la calle, atrasito de un puesto ambulante de películas porno piratas, en medio de la ciudad, en el carril de contra flujo, justo cuando, para su desgracia, iba un fulano que relataría su muerte con una pésima redacción. Ni siquiera supe su nombre, para el gendarme era un Z-386 ya controlado; más que controlado, tieso. Ni siquiera me atreví a mirarlo cuando pasé a su lado. Ya había un centenar de mirones ahí, qué hubieran podido aportar un par de ojos más.

       Esto lo guardaré hasta poder contárselo a ella. Creo que necesitamos nuevos y excitantes temas para nuestras conversaciones que cada vez son más monosilábicas. Luego se lo cuento a ustedes. Pensando ahora que la suerte del muerto ya no va a cambiar, y con una flatulencia atorada en el colon, me pregunto: ¿Qué habrá sido del conductor? Se veía tan buena persona, seguro a él le duró la más fama que a mí.

    viernes, enero 25

    Caras vemos


       Quiero que me tome confianza, que se sienta seguro en mi compañía. Quiero que duerma tranquilo, a pierna suelta, a ronquido abierto. Que tenga la certeza de que no le tocaré ni la sombra, que no anhelo su aliento, que nada más palabras hay entre los dos. Quiero que me confunda con su hogar, que de un momento a otro, sin que él sospeche malicia alguna, mi nombre sea sinónimo de refugio, lo más próximo a un Edén.

       Así, cuando lo haya engatusado con mis cortesías, cuando no quepa en él ni la más leve angustia, ese día me levantaré de la cama poco antes del alba, caminaré a la cocina, con cautela tomaré un cuchillo bien afilado, y regresaré hasta la habitación. De súbito, le voy a agarrar el pito y de un tajo se lo amputaré. Tal vez lo desuelle luego, aun cuando me apenaría mucho mancillar las prístinas sábanas del hotel. Mas quisiera bañarme con su sangre y sufrimiento, tal vez así se de cuenta de cuanto le...


    -¿Y cuanto te debo por la noche?- interrumpió él.

    -Después hacemos cuentas.- Le contestó ella mientras se ponía rubor sobre su pálida y soñadora faz.


    Fotografía: FlorenceMarvellous

    jueves, enero 17

    Publicar entrada

    Fotografía: minimals


       Otra vez frente a la hoja en blanco. No ésta, que ni es hoja, ni está en blanco, sino pantalla salpicada de colores. Cada cierto tiempo sucede. Ya debería saberlo. ¡Ya ni siquiera debería esforzarme! Ni preocuparme, ni frustrarme, ni recuperarme. Debería haber aprendido a omitir todos y cada uno de estos patéticos momentos. Y decirles de frente a las diez blancas hojas, que me encargaron rellenar, que me voy por un trago, ¡qué uno, mil!, para llorar su vacío que es el mio, porque solo soy capaz de entintar la blancura de la porcelana. ¡Hasta esto debería ahorrarme!

       Pero qué me hago pendejo, si ya me hice pendejo otra vez, si volví a repetir la parafernalia del sufrimiento, y me encanta. Figurenme aquí con los ojos hinchados, con el estomago devorándose a sí mismo, lleno el rostro de ticks, y con la cabeza a punto de reventar. No saben cuanto gozo evitando hacer las cosas que son "importantes".

       Seguro es mi deseo escondido (bajo las uñas o en la cerilla) de ser reprendido, castigado, ¡subyugado! Porque -digánme si no- esto de trabajar a solas no demuestra más que la mediocridad de nuestra libertad. Así solito no es tan bonito. Yo busco quien me atosigue con fuste a cada paso, quien a cada línea me corrija sin clemencia y jamás se canse. ¿Sueño imposible? Claro. No por ello uno deja de buscar, a su modo, su modo para estar de mejor modo.

       Las cosas se repiten, uno las repite, hasta donde la necedad nos alcanza. Y no es por ignorancia, es más bien que nuestra vista se hace más gorda cada año. Cuando menos, ahora, vemos con más detalles las cosas.


    Fotografía: minimals

    martes, enero 15

    Limpieza anual



       Fue lo primero que hice: poner el calendario de este año. En medio del basurero que ahora es mi cuarto, y sin siquiera quitar el del año anterior, lo puse en la pared del fondo.

       Allí estaba, muy modosito entre el mugrero, lleno de santos y fechas importantes. Con sus números claritos y sus hojas aun blancas. Pero a mi no me engaña. En el fondo está tan vacío como yo. Lo único que nos diferencia, además de lo que pudiera anotar Aristóteles, es que hace apenas unas semanas él salió de la entraña de alguna honorable imprenta, de esas que no publicitan a cualquiera, mientras que yo (¡qué va!) ya estoy todo arrugado y amarillento, culpa del tabaco.

       ¿Quién soy yo para quitarle la sonrisa del cromo? En un año, seguramente menos, dejarán de mirarle con esperanza, estará tan delgado que temerá desaparecer. Ya no contará nada, como yo. Será mejor que lo descubra solo. Sufrirá y gozará cada estación como la primera de su vida, como la última.

       Y en la fiesta de San Silvestre, que tan triste es siempre, lo descolgaré de aquel oxidado clavito, lo arroparé y dormiré a su lado. Quizá así no se percate que con su muerte todo esto no acaba, que seguiremos dando vueltas al rededor de nada. Girando hasta morir de hastío.








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     Foto: Gus

    martes, enero 8

    ¿Qué hora es?

    Imagen: Escher


       Podríamos partirnos la cabeza como una mandarina tratando de encontrar la trama oculta de esto. Podríamos desgarrar todo esto intentando ordenar el desmadre del mundo. Pero jamás olvidemos -ya lo demostró M.C.- que todo es ilusión. Un juego, si bien complicado, realmente poco serio.