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    jueves, abril 17

    Moneras

       Allá afuera del consultorio había dos muchachas, como las hay muchas hoy en día, vestidas a franjas, con flequillo sobre los ojos y tenis de tela. Charlaban entre sí, en medio del aburrimiento ellas fungían cómo mi televisor:


       -No huey -cubría su nariz con el puño-, yo no tengo ningún pedo con esa vieja, es ella la que los tiene conmigo.
       -A ver, presta eso -ansiosa le quitó el pedacito de estopa, lo abrazó entre los dedos, acercó su puño a la nariz e inhaló- y qué, ¿te tiene odia o te quiere coger?
       Sus risotadas retumbaron sobre las hierbas aledañas haciéndolas bailar.
       -No mames -repeló mientras tallaba sus ojos-, me tiene envidia, más bien celos.
       -Pues ni que estuvieras más buena que ella -fue su turno de aspirar un poco más de gloria- nomas que te envidiara lo pendeja que eres.
       Sus carcajadas abrieron grietas en el pavimento, cimbraron edificios, y provocaron el sollozo de las nubes asustadizas.
       -El otro día me lo confesó la imbécil -se sobó la nariz- me dijo que te acaparo, que siempre estoy contigo. Y pues...
       -Si verdá -intento enfocar su mirada en ella-, ¡pobrecita de ti!
       Tamañas risas surgieron de aquel par que incluso la Luna palideció.


       Abrí los ojos justo cuando la dentista extraía todos esos aparatos de mis fauces. Me sonrió amablemente, como quien recibe a un viajero.

    Fotografía: jesusmolina

    lunes, marzo 3

    De días y dinero.

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    Imagen en: completosinmallo


       Cada mañana, se levantaba las siete en punto. Aborrecía levantarse tan temprano, pero luego de jubilarse decidió dar algunas clases particulares para aligerar el peso de las deudas que pendían sobre su cabeza. De joven, ni los alaridos de su madre, ni las travesuras de su hermana, ya menos el cantar del gallo, nada lo hacía levantar la cabeza de la almohada. Los años lo azotaron duramente, pero en el fondo era el mismo. [En el fondo somos nada.]

       Envuelto entre sus sábanas se consolaba a sí mismo: anda, sigue durmiendo, no escuches ese despertador, está tan calientito aquí. Pero otra vocecilla, más chillona, más jodona, comenzaba a inundar su cabeza con una sola palabra: dinero. No cesaba de repetírlo: dinero, dinero, dinero. ¡Claro, dinero! De un solo golpe, se levantaba de la cama y arrastraba sus pies hasta el baño.

       Siempre se le hacía tarde y terminaba andando a marchas forzadas para llegar lo antes posible. Se quejaba de su barriga, mañana seguro como menos pan, se decía. La criada siempre lo saludaba con ironía, usted siempre tan temprano, don Beto. En la mesa del comedor lo esperaba Fabiola con sus cuadernos maltratados y sus ojos verde-demonio.

       Tras treinta años de docencia, Alberto consiguió este trabajo con suma facilidad. Llegó muy entusiasmado el primer día: estudiarían las conjugaciones, los artículos y si daba tiempo leerían un pequeño cuento de Quiroga. Puras esperanza que se esfumaron al conocer a su desaliñada alumna. Fabiola hasta entonces había sido expulsada de tres escuelas y retirada -por decisión de sus padres- de otras seis, no era la estudiante idílica con la que soñaba Alberto. No le interesaba ni un poco la ortografía, ni la gramática, y, para colmo de su profesor, escupía (literal) sobre la literatura. Así, un día, se vio obligado a tirar los Cuentos de amor, de locura y de muerte, pues cada día una de sus páginas había sido bombardeada por Fabiola, fue demasiado para un libro tan modesto.

       Otra noche, atormentado por su incapacidad para instruir a la bestiecilla quinceañera, recordó su adolescencia, aun podía ver claramente el rostro de Guadalupe, su profesora de literatura Iberoamericana, quien presumía de haber formado la vocación literaria de la gran Angelina Mastroianni. Sí supiera en lo que ha caído ahora su alumna, le decía a los cielos. Fue entonces que una imagen se hizo transparente ante él: el peor maestro con el que había lidiado -ni siquiera recordaba su nombre, pero la imagen era inmejorable.

       Al siguiente día, sentado frente a Fabiola, tirada ya toda su didáctica por la borda, se limitó a dictar durante dos horas continuas todas y cada una de las reglas de acentuación extraídas de una gramática de hacía medio siglo. Ella, sin queja alguna, apuntaba cada una de las palabras, mal escritas, mal caligrafiadas, pero en absoluta quietud y silencio. Así pasaban los días de Alberto.

       Con el tiempo, algo, como una piedrita en el zapato, comenzó a herirle en lo más hondo. Él ya no era un maestro, era un autómata que por unos cuantos billetes dictaba como merolico hasta sosegar a la jovencita. Nada aprendían. Ella escribía porque sus padres pagaban, él dictaba por semejante razón.

       Al salir de aquella casa, caminaba hasta la panadería y compraba una rebanada de pay de queso. Mas hoy, camino a casa, entre mordisco y mordisco, pensaba que la siguiente semana tendría que comprar una nueva gramática, pues ya había terminado de dictar todas las que poseía.

    viernes, febrero 29

    Y el adicional (29)

    Fotografía: lyona


       Hay veces, cuando estoy entre aburrido y soñoliento, justo al centro de mi pereza y desenfado, que me dan ganas de copular, como un buen mamífero.

       Solamente quisiera coger a la primera señorita, señora, o persona, que cruzara en mi camino, e introducirle mi aparatito en la ranura más adecuada. Todo sería sumamente breve, no más de un par de minutos: antes precoz que aburrido. Después dormiría, o correría por las áureas praderas hasta caer rendido en el pasto; no importa, nunca importa después. Todo radica en el antes.

       Pero, ¿qué clase de bestia sería yo si realizara estos sueños? Me pregunto con cierta indignación. ¡Sería un bárbaro! ¡Un gorila enfundado en pantalones! ¡Un perverso personaje de Hentai! Ese no es el camino, hay que hacerlo a la humana, como se acostumbra entre estos bípedos cabezudos. Porque, señores, no hay razón para ser incivilizados -sino es necesario, claro está.

       Las ansias de carne me queman las entrañas, pero trato de vislumbrar la vía más corta para desahogar esta presión. Cual recetario: (1) Encontrar una personita simpática que cuente un chiste mientras me fumo el cigarro posterior al acto. (2) Convencer a tal personita de que no pretendo únicamente internarme en sus carnes, cuando en verdad solo eso pretendo, y prometerle por los cielos que entre nosotros hay algo más -sepa dios qué más. (3) Negociar sus favores: guara, guara, guara...

       Nada bueno puede requerir tanto esfuerzo, tanta tensión, tanto ajetreo y malos entendidos: ha de ser una estrategia más del demonio, igual que el matrimonio. Un escalofrío recorre mi espalada.

       Tengo el verdadero camino justo en mi mano: me entretengo en el baño por unos minutos -un par, ya se dijo antes. Lo sé, no es lo mismo, es una mala copia que acalla por un rato mi deseo. Sin embargo, a menudo una ficción personal es preferible ante una realidad que nos es ajena.

    jueves, febrero 7

    ¡Te estaré leyendo!

    Imagen: *мιlαҺ

       Esa fue la amenaza que recibí el otro día. Aun tengo miedo, más bien angustia. ¿Que tal si escribo algo ofensivo y se ofende mi amenazador(a)? Que tal que nunca más me vuelve a amenazar, uno sabe bien que para ser un reconocido bloguero hay que tener un enemigo, alguien que nos miente madres en los comentarios, o de menos, algún fanático que trate de convencernos, ofendernos o asesinarnos (acá ya había conseguido un par de estos.)

       Como fuese, espero siga por ahí vigilandome. [¡Hola Ojito fisgón!] De verdad agradezco su visita. Porque usted querido postlector, muy a mi pesar, no tiene los poderes sobrenaturales, o las palabras mágicas (¡chin pum pan tortillas papas!), que logran que suceda lo insospechado. A ver, les explico.

       Hace un par de semanas, el Maestro Teen mencionó que era un desacierto del canal cinco no transmitir cierto programa (aludido gráficamente en este post). ¿Qué creen que pasó? A la semana siguiente programaron la retransmisión de susodicha serie de televisión. ¿Coincidencia? No lo creo. Seguramente alguién influyente lo leyó.



    No me atrevo a decir nombres.



       Así que espero fervorosamente, que no únicamente mis enemigos, y mis amigos, y ustedes ávidos postlectores, me lean (lo cual, por otra parte, agradezco mucho que lo hagan, pero éste no es un post para halagarlos, otro día me desvivo en lisonjas para ustedes), sino que tengo la seguridad de que alguien importante está hurtándome las pocas y torpes sugerencias que hago al mundo.

       No se preocupe amable Ojo fisgón, siga, siga robando cuanto le plasca, juro que no reclamaré más que el derecho de poder decir a mis amigos y familiares ¡Hey, yo ideé eso, no ellos! ¡Malditos!

       Por un rato recibiré mimos y apapachos, igual que un niño al cual un bravucón le ha quitado la torta. Con toda esa clase de pequeñas atenciones soy taaan feliz, que no pido más

       Pero no se sienta mal querido postlector, usted goza de una virtud excelsa entre todas las dignidades humanas, a saber: la de inflamar mi incipiente vanidad. ¡Las midiclorias los guarden en su gloria por esto!

    Imagen: sean grobe


    [Por cierto, uno de los incidentes de la semana pasada fue documentado por Defeña salerosa aquí, y por el universal acá. Y no, no era de la tercera edad.]