lunes, marzo 3

    De días y dinero.

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    Imagen en: completosinmallo


       Cada mañana, se levantaba las siete en punto. Aborrecía levantarse tan temprano, pero luego de jubilarse decidió dar algunas clases particulares para aligerar el peso de las deudas que pendían sobre su cabeza. De joven, ni los alaridos de su madre, ni las travesuras de su hermana, ya menos el cantar del gallo, nada lo hacía levantar la cabeza de la almohada. Los años lo azotaron duramente, pero en el fondo era el mismo. [En el fondo somos nada.]

       Envuelto entre sus sábanas se consolaba a sí mismo: anda, sigue durmiendo, no escuches ese despertador, está tan calientito aquí. Pero otra vocecilla, más chillona, más jodona, comenzaba a inundar su cabeza con una sola palabra: dinero. No cesaba de repetírlo: dinero, dinero, dinero. ¡Claro, dinero! De un solo golpe, se levantaba de la cama y arrastraba sus pies hasta el baño.

       Siempre se le hacía tarde y terminaba andando a marchas forzadas para llegar lo antes posible. Se quejaba de su barriga, mañana seguro como menos pan, se decía. La criada siempre lo saludaba con ironía, usted siempre tan temprano, don Beto. En la mesa del comedor lo esperaba Fabiola con sus cuadernos maltratados y sus ojos verde-demonio.

       Tras treinta años de docencia, Alberto consiguió este trabajo con suma facilidad. Llegó muy entusiasmado el primer día: estudiarían las conjugaciones, los artículos y si daba tiempo leerían un pequeño cuento de Quiroga. Puras esperanza que se esfumaron al conocer a su desaliñada alumna. Fabiola hasta entonces había sido expulsada de tres escuelas y retirada -por decisión de sus padres- de otras seis, no era la estudiante idílica con la que soñaba Alberto. No le interesaba ni un poco la ortografía, ni la gramática, y, para colmo de su profesor, escupía (literal) sobre la literatura. Así, un día, se vio obligado a tirar los Cuentos de amor, de locura y de muerte, pues cada día una de sus páginas había sido bombardeada por Fabiola, fue demasiado para un libro tan modesto.

       Otra noche, atormentado por su incapacidad para instruir a la bestiecilla quinceañera, recordó su adolescencia, aun podía ver claramente el rostro de Guadalupe, su profesora de literatura Iberoamericana, quien presumía de haber formado la vocación literaria de la gran Angelina Mastroianni. Sí supiera en lo que ha caído ahora su alumna, le decía a los cielos. Fue entonces que una imagen se hizo transparente ante él: el peor maestro con el que había lidiado -ni siquiera recordaba su nombre, pero la imagen era inmejorable.

       Al siguiente día, sentado frente a Fabiola, tirada ya toda su didáctica por la borda, se limitó a dictar durante dos horas continuas todas y cada una de las reglas de acentuación extraídas de una gramática de hacía medio siglo. Ella, sin queja alguna, apuntaba cada una de las palabras, mal escritas, mal caligrafiadas, pero en absoluta quietud y silencio. Así pasaban los días de Alberto.

       Con el tiempo, algo, como una piedrita en el zapato, comenzó a herirle en lo más hondo. Él ya no era un maestro, era un autómata que por unos cuantos billetes dictaba como merolico hasta sosegar a la jovencita. Nada aprendían. Ella escribía porque sus padres pagaban, él dictaba por semejante razón.

       Al salir de aquella casa, caminaba hasta la panadería y compraba una rebanada de pay de queso. Mas hoy, camino a casa, entre mordisco y mordisco, pensaba que la siguiente semana tendría que comprar una nueva gramática, pues ya había terminado de dictar todas las que poseía.

    5 comentarios:

    Violette dijo...

    DonBo: Adoro sus confabulaciones.

    J.C. Cajas García dijo...

    De acuerdo con doña violeta, por cierto que esto me hizo recordar al profe sustituto de la escuelita de greis, me imagino comprando sus formularios de álgebra para hacer sus dictados...

    Greis dijo...

    solo me paso que cada que entraba a su blog en estos dos ultimos dias.. salia un error??

    Pato dijo...

    cierto..desaparecio un rato su pagina ... porq porqqq??????????
    jajaajaj
    pues nefinya regreso cuidese y tengo que decirle de la notcia de mi nueva maternidad.
    cuidese
    chau!

    Ed dijo...

    jajaja

    dinero, dinero, dinero...

    es casi un mantra