viernes, enero 30

    Microbús 7

    Fotografía: «•*٠ кιτ-кaτн .٠*•»


       Una decepción amorosa, era obvio: el chofer del microbús estaba destrozado, no podía escuchar ninguna salsa, ninguna cumbia, ni un solo reguetón porque todo esto le recordaba a su rorra. Apenas su estéreo reproducía un CD y una lágrima empezaba a juguetear en el filo de su párpado, de inmediato hacía expulsar el endemoniado objeto y lo lanzaba a través de la puerta. Así varios discos vieron su fin: girando y reflejando las luces de la ciudad antes de caer hechos trizas al húmedo asfalto. Los pasajeros admiramos con singular sorpresa como los pequeños platillos abandonaban la embarcación para invadir nuevos mundos debido al destierro al que un mal amor los sometió.

       Sin embargo, la astucia del conductor no era la más veloz pues olvidaba que las melodías y los ritmos del amor no se hallan grabados sobre el vinilo de un LP, en la cinta magnética de un cassette, en los diminutos hoyuelos de un disco compacto o en las ínfimas celdas de una memoria flash, sino que están arraigados en el fantasma que habita la humanidad.

       Con todo, no era lerdo, solo lento: se tomó a sí mismo por el ombligo y se arrojó girando hacía la calle, dando vueltas y con poco brillo el chofer cayó sobre la banqueta hecho añicos. Nosotros seguimos su ejemplo.

     

    2 comentarios:

    Anónimo dijo...

    Cachitos de corazón... mmmh... ¿serán biodegradables? Sí, así como las nuevas bolsas del pan Bimbo.

    depasonico dijo...

    historia de un microbus cuenta usted, interesantes reflejos me hace imaginar.